mayo 24, 2006
La vida como ensayo de la vida. Escrito por José Ramírez.
No hay nada que impacte al alma con más contundencia que la verdad. Las palabras afiladas contra la piedra de la existencia y que con sencillez y serenidad, liberadas del óxido de la pose y el romo filo de la hipocresía, atraviesan los sentidos y se alojan en nuestro interior. Inefables momentos ante los que la única respuesta la brinda la emoción.
Equinoccio y El otro el mismo editan un libro[1] largamente esperado que reúne la obra ensayista de Armando Rojas Guardia publicada hasta la fecha, 7 textos inéditos y las notas originales de Juan Liscano y María Fernanda Palacios.
“Amo la vocación de ensayista, pero sin el academicismo pedante que hoy suele acompañarla” dice Armando en los inicios del Calidoscopio de Hermes (1989) y luego nos declara su propósito, al que sería fiel hasta el sufrimiento: “Ensayista de estirpe es el que recorre inteligentemente el cuerpo de su propia experiencia con la cultura. Es la carne de su propia existencia consciente – la de su conciencia en contacto vital con el mundo- lo que el ensayista verbaliza. Escribe para recorrerla sensualmente, parsimoniosamente; y, por la virtud de ese recorrido, llega a ser lúcido”.
Esa lucidez especial, en el borderline de la cordura, la ha perseguido Armando, renunciando a esa normalización de la conciencia que algunas terapias persiguen, asumiendo su “locura” como un resquicio secreto desde el cual contemplar la luz que se encuentra en el centro de toda búsqueda existencial, para él, la de un cristianismo que lejos de dar respuesta a todo, tiene todas las preguntas.
“La pregunta central es ésta: en determinadas ocasiones neurálgicas de la existencia, ¿se debe renunciar a esa lucidez paradójica al renunciar terapéuticamente a la enfermedad? Creo que en la respuesta a esta interrogante está encerrado el meollo de toda verdadera psiquiatría.”. Armando nos suelta esta daga en el medio de El dios de la intemperie, la “respuesta” que encontramos en el párrafo que le sigue, se la dejo al lector interesado; su trascripción en estas notas la siento excesiva.
Recuerdo mi primera lectura de El dios de la intemperie, la perplejidad inicial ante tan insólita confesión fue derivando en un ahogo (físico, profundo), era un terreno inexplorado al que me estaba enfrentando, como esa primera inmersión (que más que recordar intuyo) en la que debemos contener los deseos de respirar, hasta que poco a poco encontramos que no es necesario, primero 5 segundos, luego 15, 20, 30 y cada vez más cerca de ese feto que fuimos, que nunca lo hacía y que (nuevamente lo intuyo) lo sabía todo.
Ensayo culto, puede ser, lectura serena, jamás. La obra de Armando inquieta, quema, interpela, asombra por su coherencia y la serena postura con la que transita los terrenos de la desesperanza.
La poesía fue el género que primero me acercó a Armando y al que regreso finalmente en estas notas. El privilegio de sus lecturas públicas lo atesoro tanto como ese mínimo poema, que nunca seleccionó en sus lecturas públicas, pero que, como dice Borges, ha encontrado en mí su lector: “Pero hoy tengo la confianza en la tarea / de decirte precisamente esto, / sin una sola causa / que motive la cita intrascendente / de los ojos y las letras: / apenas teclearte siete líneas / como quien pide el aire o la alegría.”[2]
[1] Armando Rojas Guardia, Obra completa: Ensayo 1985-2005, Editorial Equinoccio y Editorial El otro el mismo, 2006.
[2] Sin uso, del poemario Del mismo amor ardiendo.
Equinoccio y El otro el mismo editan un libro[1] largamente esperado que reúne la obra ensayista de Armando Rojas Guardia publicada hasta la fecha, 7 textos inéditos y las notas originales de Juan Liscano y María Fernanda Palacios.
“Amo la vocación de ensayista, pero sin el academicismo pedante que hoy suele acompañarla” dice Armando en los inicios del Calidoscopio de Hermes (1989) y luego nos declara su propósito, al que sería fiel hasta el sufrimiento: “Ensayista de estirpe es el que recorre inteligentemente el cuerpo de su propia experiencia con la cultura. Es la carne de su propia existencia consciente – la de su conciencia en contacto vital con el mundo- lo que el ensayista verbaliza. Escribe para recorrerla sensualmente, parsimoniosamente; y, por la virtud de ese recorrido, llega a ser lúcido”.
Esa lucidez especial, en el borderline de la cordura, la ha perseguido Armando, renunciando a esa normalización de la conciencia que algunas terapias persiguen, asumiendo su “locura” como un resquicio secreto desde el cual contemplar la luz que se encuentra en el centro de toda búsqueda existencial, para él, la de un cristianismo que lejos de dar respuesta a todo, tiene todas las preguntas.
“La pregunta central es ésta: en determinadas ocasiones neurálgicas de la existencia, ¿se debe renunciar a esa lucidez paradójica al renunciar terapéuticamente a la enfermedad? Creo que en la respuesta a esta interrogante está encerrado el meollo de toda verdadera psiquiatría.”. Armando nos suelta esta daga en el medio de El dios de la intemperie, la “respuesta” que encontramos en el párrafo que le sigue, se la dejo al lector interesado; su trascripción en estas notas la siento excesiva.
Recuerdo mi primera lectura de El dios de la intemperie, la perplejidad inicial ante tan insólita confesión fue derivando en un ahogo (físico, profundo), era un terreno inexplorado al que me estaba enfrentando, como esa primera inmersión (que más que recordar intuyo) en la que debemos contener los deseos de respirar, hasta que poco a poco encontramos que no es necesario, primero 5 segundos, luego 15, 20, 30 y cada vez más cerca de ese feto que fuimos, que nunca lo hacía y que (nuevamente lo intuyo) lo sabía todo.
Ensayo culto, puede ser, lectura serena, jamás. La obra de Armando inquieta, quema, interpela, asombra por su coherencia y la serena postura con la que transita los terrenos de la desesperanza.
La poesía fue el género que primero me acercó a Armando y al que regreso finalmente en estas notas. El privilegio de sus lecturas públicas lo atesoro tanto como ese mínimo poema, que nunca seleccionó en sus lecturas públicas, pero que, como dice Borges, ha encontrado en mí su lector: “Pero hoy tengo la confianza en la tarea / de decirte precisamente esto, / sin una sola causa / que motive la cita intrascendente / de los ojos y las letras: / apenas teclearte siete líneas / como quien pide el aire o la alegría.”[2]
[1] Armando Rojas Guardia, Obra completa: Ensayo 1985-2005, Editorial Equinoccio y Editorial El otro el mismo, 2006.
[2] Sin uso, del poemario Del mismo amor ardiendo.