marzo 10, 2006

¿Qué sería de la vida sin la dorada Afrodita? por José Ramírez

El título de esta reseña está tomado de uno de los poemas de Poemas del cuerpo y otros, el más reciente poemario de Alejandro Oliveros, editado por la Fundación Bigott, dentro de su serie de literatura de su Bigotteca.

Es difícil hablar del trabajo de Alejandro Oliveros (1948) sin pensar en él como docente excepcional. Sus clases en la escuela de letras de la UCV son un derroche de erudición, cierto, pero no esa erudición que ofende con la pose, sino aquel genuino dominio de los temas, que lo hacen capaz de tertuliar como quien comparte una cerveza con Shakespeare, un tequeño con Borges o un marroncito con Eurípides. No es la vulgarización de lo clásico, sino más bien la integración de lo clásico al quehacer cotidiano.

Poemas del cuerpo y otros tiene tres partes. La primera (Poemas del cuerpo), explora la relación del hombre con su cuerpo, un cuerpo con el que, según el autor, hemos perdido conexión:

Ya nadie recuerda cómo
hablar con el cuerpo. Antaño,
sin embargo, el hombre
hablaba a sus manos.
Explicaba a sus dedos
las formas y alcances
de sus sueños. Y los dedos
respondían con frases amables

Así, el diálogo se mantenía
y el cuerpo estaba seguro
de que su soledad era
la misma de su inquilino.
Al final, se hablaba al corazón,
siempre de noche y en susurros.


La tercera parte (otros, título que juega a la ironía, como era de esperarse de su autor) nos regala, si bien un conjunto ecléctico y, si nos atrevemos más, incoherente, la parte del libro con más capacidad de interpelación. Comenzando con el hermetismo confesado de Poema hermético, los cuestionamientos religiosos de Profecía y Teologías y terminando con la poética de Sobre la poesía:

Siempre he creído que la poesía
es un don mezquino…
Una vez escribí que nuestro oficio
era sólo aproximativo y no alcanzaríamos
la fijeza de las estrellas. Quería decir,
me parece, que no llegamos a lo que sentimos.

Treinta años más tarde, sigo pensando
que no es la poesía el mayor de los dones…



La segunda parte (Lyra Graeca. Imitaciones. Me deja con las ganas de preguntarle por qué el libro no se llama Poemas del cuerpo, imitaciones y otros) presenta deliciosos juegos de desplazamiento del autor; posicionándos temporal y estéticamente, en la Grecia eterna, llegando a su climax en su Imitación de Minermo:


¿Qué sería de ka vida sin la dorada Afrodita?
¿Qué sería de los días sin el aroma de sus trenzas?
¿Cómo es posible la existencia sin el beso y el espasmo?
Prefiero la muerte a vivir sin la caricia furtiva,

sólo pido para mi la memoria de las noches,
las auroras insomnes, los besos largos como la playa,

y los restos de miel y martinico, fresas y duraznos.
Así, los rigores del invierno no serán tan amargos.

Aventurarse en este maravilloso poemario, recorrer sus 43 breves páginas, saborear con tranquilidad cada verso una y otra vez, nos deja, como toda buena literatura, “tocados”. No podemos vernos de nuevo al espejo de la misma forma, en la noche sentimos como nuestros dedos nos susurran debajo de la almohada y nos sorprendemos estrechando nuestra oreja discretamente, agradeciéndole por los sonidos de la noche

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